Su respiración era lenta y profunda. Su latir, acelerado.
Una gota de sudor recorría su frente; y sus cuerpos, húmedos, se juntaban
delicadamente, como si de un sutil tesoro se tratase. Él deslizaba un dedo por su espalda. Toda ella erizada. Todo él sediento. Sus labios
se tocaban, dulce y apasionadamente, como el compás de una melodía. Tal y como lo hicieron por primera vez; esa vez en la que el destino encontró el momento
de cruzar sus caminos, de fundir sus miradas en una. En tan solo un preciso instante.
SML
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