Son esos momentos, esos en los que ni siquiera tienes
planeado mirar a tu alrededor, los que más te aportan. Puede ocurrirte mientras
observas un grupo de personas mayores hablando en el banco de un parque, o
incluso en el autobús. “Quien tuviera vuestra edad de nuevo”, “aprovecha tú que
aún eres joven”, “Si yo hubiera tenido la mitad de lo que tenéis ahora…”.
Siempre he pensado que son precisamente ellos y ellas, los
abuelos y abuelas del mundo, los más sabios del planeta; muy por encima de
científicos, escritores e historiadores. Sí, ellos que han vivido en la época
del hambre y supieron sacar adelante una familia. Aquellas mujeres que con 10
años, sin padres, ya mantenían su casa y a sus hermanos. Aquellos hombres que
lucharon para salir de una situación triste y ser capaces, hoy día, de regalar
a sus nietos la mejor de sus sonrisas. Esos abuelos y abuelas que aún pasean
juntos de la mano y que mantienen un brillo especial en su mirada. Que a pesar
de todo lo que cada uno hubiera pasado, ríen más que nosotros, andan más que
nosotros, necesitan menos que nosotros; incluso parecen ser más felices que
nosotros.
Y en realidad, no es tan complicado de explicar el por qué es así, ¿aún no te
has dado cuenta?
Vivir en una sociedad totalmente materialista está provocando
que seamos inconformistas por naturaleza. Que nuestra felicidad se mida en
propiedades. Porque hay que reconocer que no sabemos apreciar la belleza de lo
que nos rodea en toda su esencia. Que la vida no son momentos, la vida es una
persona. La vida está en cada uno de nosotros, en lo que vemos, decimos, oímos y en todo lo que hacemos, segundo a segundo, minuto
a minuto. La vida está dentro de nosotros. Una persona está llena de vida
porque sabe que solo de esa manera está mirando, cara a cara, a la felicidad.
SML