Vivimos constantemente pensando. Algunas investigaciones
hablan de que tenemos entre 60.000 y 70.000 pensamientos al día; sin embargo,
la mayoría de ellos negativos. Increíble, ¿verdad? No somos más que esclavos de
nuestros propios pensamientos si lo piensas. ¿Cuántas noches han conseguido
mantenerte en vela? ¿Cuántas horas desconcentrado te han costado? ¿Cuántas
palabras sordas te dijeron mientras pensabas? ¿Cuánto miedo te han inculcado?
¿Cuánta inseguridad?
Pensamos que pensar las cosas bien, teniendo razones
convincentes podemos explicar lo que hacemos,
creemos o decimos; pero, ¿es así realmente? ¿Es que no todos hacemos
alguna cosa porque sí, sin más? ¿Es que no son los planes improvisados los mejores
que existen? ¿Es que no es, sino aquello más inexplicable, lo que mejor nos
hace sentir?
Pensemos, todos los días y a todas horas, pero que merezca la pena.
Vivimos, prácticamente toda nuestra vida, intentando agradar
a los demás, llegando a creer que nos hará sentir mejor. Verdaderamente, lo que
consigues es inseguridad, desequilibrio, complejo. Verdaderamente, lo que
consigues, es no ser tú.
Vivimos, a fin de cuentas, sin vivir.
Y ahora, es el
momento. Sí. Es el momento de quitarnos la venda que la sociedad nos ha atado
cuando estábamos dormidos. Es el momento de olvidarnos del “qué dirán”. Es
tiempo de pensar, lo justo y suficiente. De pensar en aquello que nos eleve. De
pensar en quiénes somos y quiénes queremos ser. En ser cada día lo que, más el
corazón que la cabeza nos impulsa a ser. Ha llegado la hora, al fin, de vivir.
Vivir, entendido como la acción de ser feliz, amar, viajar,
estudiar, leer, trabajar, reír, soñar, pensar, actuar, saltar, abrazar, besar.
Mirar y observar, que
aunque lo parezca no es igual; miramos continuamente sin observar qué ocurre.
Dar y recibir. Ayudar. Temer y superar. Vivir, como quiera que sea, pero que merezca la pena.
SML