martes, 3 de noviembre de 2015

Con una mirada

Para aquellos que miran intensamente. Para los que no saben mirar los detalles, y para los que sí. Para los que miran al mundo con ojos de niño, con inocencia y con humildad. Para los que miran la verdad y la mentira. Para los que no se atreven a mirar a los ojos, y para los que no te desvían la mirada. Para todos los que aprecian la belleza de la vida. Quiero dedicar un momento a todos esos. Por las miradas de tristeza, de alegría, de amor. Porque en una mirada se recoge un momento. Porque en los ojos está la esencia de una persona. Porque sin hablar una mirada transmite, responde y encuentra.

Si lo piensas, si echas la vista atrás, todo en este mundo se puede reducir a una mirada. Como comienzo. Como el mejor y más repetido comienzo de todo.

Cuando naces, tú, pequeño e insignificante, sin ser consciente de ello abres los ojos y miras. Sin ver nada más que sombras. Pero tus padres, ingenuos y orgullosos de ser padres, te miran y sonríen. Habéis compartido la primera mirada de una nueva vida. La mirada más pura y sincera que jamás puedas presenciar. Esa es la mirada de una madre o un padre. Una mirada honesta y cariñosa. Una mirada atenta. Una mirada constante, fruto de un amor incondicional.

También están los hermanos y hermanas. Con miradas de celo, frustración. Con miradas divertidas y juguetonas. Con miradas telepáticas y misteriosas. Con miradas compasivas. Miradas complementarias, entrelazadas. Miradas eternas.

Las llamadas miradas familiares. Cercanas. Protectoras.

Luego están las tan esperadas miradas que forjan una amistad. Miradas francas y afines. Esas que surgen de un encuentro inesperado y desesperado por compartir una conversación agradable en horas de clase, y que se acabarán alargando insospechadas horas. Una mirada cruzada en un recreo o por detrás de unos apuntes. Miradas que se encuentran por casualidad buscando compañía. Miradas que acabarán siendo tu consuelo, tu inspiración.

Por último, la mirada romántica. Existen mil formas de encontrar a alguien especial, y cuando lo haces te das cuenta rápidamente, por una razón, la mirada. Una mirada que puede desvelar el deseo, la atracción. Una mirada brillante y alegre. Una mirada enamorada. Una mirada cobarde y entregada. Una mirada silenciosa. Una mirada mantenida, excitante y profunda.


Y es así, con una mirada, como empiezan las historias. Por eso, miremos más y hablemos menos. Porque las situaciones personales se describen con una amplia amalgama de miradas incalculable e insospechable, que están a merced de aquel que la sepa valorar.

SML

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